¿Cómo suena una migraña?

Había una vez un compositor alemán obsesionado con la historia y la mitología de sus ancestros, que se hizo famoso por sus «dramas musicales» y que inflyó notablemente en la literatura, la filosofía y el arte. ¿Lo conocéis? Pues resulta que este señor tan afamado era migrañoso. Y por lo que se ve supo sacar partido del dolor, a pesar del estorbo que le suponía al trabajar.

Ilustración de van Scharwel

Ilustración de van Scharwel

Hace tiempo (no diré cuánto) me topé con un artículo que lo cuenta bien, por si mi explicación os resulta poco fiable.

Al parecer, un grupo de investigadores dirigidos por Hartmut Göbel, director del Centro de Investigación del Dolor Clínico y del Centro de Jaquecas Kiel, basan su estudio en la intensidad musical, por una parte: «La ópera abre con un golpeteo palpitante, que gradualmente se vuelve más intenso, hasta que alcanza una pulsación casi dolorosa» y por otra en las memorias y cartas del propio Wagner y en los diarios de su esposa Cosima (hija ilegítima de Liszt, por si os va el cotilleo). En todos esos documentos, Wagner se quejaba de sus dolores de cabeza y de las dificultades que encontraba para terminar Siegfred en ese estado. Ay, pobrecico.

Lo que más me gusta, eso sí, es las palabras de Göbel que cierran el texto: «Las migrañas afectan frecuentemente a la gente productiva y creativa». Qué bonito. Al menos podemos consolarnos así.

Así que ya sabéis: escuchar a Wagner, aparte de daros ganas de invadir Polonia, puede provocaros dolor de cabeza: lo dicen bien claro (en inglés bien claro, I mean) en este vídeo los autores de la investigación.

Y ahora, su poquito de Siegfred para terminar. Recordad pensarlo dos veces antes del darle al play si no tenéis analgésicos a mano…

¿Es Bob Dylan un ser migrañoide?

BobQue sí: que la primavera la sangre altera y bla bla bla. Ya lo sabemos. Quién no se ha enamorado (aunque sea un poco) en estos meses de alergia, dificultades para acertar con el vestuario y perturbadores cambios horarios… Si a todas las alteraciones típicas primaverales le sumamos los estados de trastorno del enamoramiento, el resultado es, básicamente, una movida; como ocurre con el amor, son muchos y muchas quienes han intentado explicarse eso de la primavera, destacando especialmente poetas y científicos. No hablemos ya de los efectos que todo esto puede tener en los seres migrañoides, como apuntaba Freud. Qué bonita montaña rusa.

Pero quizá el mayor inconveniente migrañoso de la primavera tiene que ver con la crudeza despiadada de los cambios atmosféricos. Esto es así, quien lo probó lo sabe. Hace tiempo, en mis primeros años de universidad, cuando no había asumido aún mi condición de migrañosa y me peleaba con el dolor en lugar de aceptarlo, me atendía un médico guineano. En una ocasión (recuerdo que era primavera también) le expliqué que cuando cambiaba el tiempo mis dolores de cabeza eran difíciles de soportar. Sus palabras se me han quedado grabadas, en parte por el tono y el acento con los que hablaba y sobre todo por el efecto sorpresivo y también apaciguador que tuvieron. «Cuando hay cambios atmosféricos los animales son los primeros en notarlo y se ponen inquietos. Nosotros una vez fuimos animales, aunque no solemos tenerlo en cuenta. Y algunas personas conservan bien algunas características de esa herencia, como por ejemplo la capacidad para presentir esos cambios». En esa especie de aletargamiento postmigrañoso en el que me hallaba, me imaginaba siendo una más en la sabana junto a antílopes y felinos, corriendo a recluirme entre los árboles para aliviar mis síntomas.

You don’t need a weatherman to know which way the wind blows, cantaba Dylan. Precisamente el viento es uno de los factores atmosféricos más universalmente aceptados como desencadenante del dolor de cabeza. Es lo que mi dadora migrañoide mi madre, en este caso, llama con cierto resentimiento airucio.

Otro factor a tener en cuenta, al menos en mi caso más icluso que el aire, es la luz. Hay luces horripilantes, más malas que Hannibal Lecter, Jason y Freddy Krueger juntos: cinco minutos con ella pueden ser letales. Para que los no migrañosos os hagáis una idea: imaginad que tenéis una resaca del copón (nunca mejor dicho) y estáis en un sitio con fluoresecentes medio gastados parpadeantes mientras fuera está nublado pero luminoso y que durante mucho rato miráis fijamente a ambos focos. Esa sensación de ahogo, de sofoco, de dolor en los ojos… Terrible. Y en ese momento del año que está entre el invierno y el verano, los cambios de luz y de temperatura son frecuentes, por lo que los seres migrañoides estamos expuestos al peligro, como vampiros. The light in this place is so bad making me sick in the head, cantaba Dylan.

Corren tiempos difíciles para quienes quieren escaparse de la migraña: posibles enamoramientos, cambios atmosféricos… Las crisis en estos días pueden ser persistentes. Well, early in the mornin’ ’til late at night I got a poison headache, cantaba Dylan. Pero que no cunda el pánico; recordad de vez en cuando el dolor acaba por irse, siempre.

Por cierto, ¿no os parece que Dylan sabe mucho de dolores de cabeza?

wind blows

 

Envidia

Freud. Un nombre varonil que huele a puros y que inspira reacciones diversas, a menudo acompañadas de muecas y resoplidos. Que Sigmund Freud es el padre del psicoanálisis ya lo sabemos, de hecho podría decirse que «padre del psicoanálisis» es su segundo apellido. Tampoco hace falta ser un experto en psiquiatría para saber la importancia de la sexualidad en sus teorías. Pero ¿cuántos de vosotros sabíais que Freud padecía migrañas?

En muchas de las cartas que escribió a su esposa, hablaba de unas migrañas que le asolaban durante los fines de semana (suele ocurrir…) y que le impedían dormir. Parece ser que eran ataques muy severos y prestaba especial atención a las causas, entre las que destacaba el estrés, las comidas fuertes y los cambios de tiempo. Para aliviarse, recurría a analgésicos y sobre todo a la cocaína (lo cual me lleva inevitablemente a imaginarme un after lleno de seres migrañoides en busca del remedio a sus males).

Y ¿a que no sabéis con que relacionaba la migraña en sus teorías? El sexo, efectivamente y no. Freud realizó varios estudios en torno a la migraña y barajó teorías diferentes. La primera vez que teorizó sobre el dolor de cabeza, lo relacionaba con una neurosis refleja nasal, que no deja de ser una manifestación de un transtorno genital, pero indirectamente. Incluso se sometió a una cauterización de la mucosa nasal.

En su siguiente tratado sobre la migraña, Freud ya vio bien clarito que la explicación era puramente sexual, ni reflejos ni nada. Para él, estos dolores son el resultado de pulsiones sexuales insatisfechas, describía las sustancias segregadas durante la excitación como altmente irritantes, incluso tóxicas. De ahí que al no salir del cuerpo, hicieran tanto daño.

Así, Freud asentó las bases de muchos estudios actuales que relacionan la migraña con transtornos vasculares y neurológicos. También de teorías más psicológicas que señalan la importancia de ciertas características psicológicas en los casos de cefaleas recurrentes. También hay quien dice que lo más recomendable para aliviar el dolor sería darle la vuelta al clásico «hoy no, me duele la cabeza» (leyenda urbana que bien se merece un post).

Quizá algunas de las mujeres que estén leyendo esto se acuerden de la envidia del pene freudiana. Pero no creo que ninguna mujer, ni tampoco ningún hombre, envide a Freud por sus migrañas.

Pobre Elvis

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En los montones de listas de migrañosos famosos que circulan por la red, el nombre de Elvis siempre está incluido y normalmente en los primeros puestos. El Rey también de la migraña.

La asociación MAGNUM (Migraine Awareness Group: A National Understanding for Migraineurs), trabaja en la sensibilización de la población norteamericana a través de la difusión de una de estas listas, a la que ellos llaman «You Are In Good Company«. En su búsqueda se toparon con Elvis y en base a ciertos registros públicos y a la observación de algunas de sus conductas, no tuvieron ninguna duda acerca de su condición de migrañoso. Michael John Coleman, director ejecutivo de MAGNUM, investigó tenazmente para confirmar sus sospechas y consiguió entrevistarse con el doctor Nichopoulos, el médico de Memphis que trató a Elvis en unos síntomas que motivaron varios de sus ingresos hospitalarios: problemas de visión, mareos, fatiga, trastornos en el habla, hipersensibilidad a la luz y el sonido… Para Coleman, el cóctel de sustancias identificado por la autopsia en la sangre de Elvis es simplemente la combinación habitual de fármacos empleados en los 70 para tratar las migrañas rebeldes.

La contrroversia sobre las causas de la muerte del Rey sigue vigente hoy en día, a pesar de que las investigaciones se reabrieron a mediados de los 90. Sin embargo, se puede decir que hay consenso al apuntar a la polimedicación como desencadenante de su prematura muerte.

Pobre Elvis…

Elvis cantando al dolor unos meses antes de su muerte.

La vida con migraña según Siri Hustvedt

Acabo de descubrir que la escritora Siri Hustvedt, migrañosa con experiencia, también bloguea sobre estos lances. Me han entrado ganas de leer La mujer temblorosa, donde algo de esto hay. Hablaremos de ella más adelante. De momento, le cedemos la palabra.

siri

Mi vida con migraña

Soy una migrañosa. Uso la palabra con cuidado porque después de una vida llena de dolores de cabeza aprendí a concebirlos como parte de mí. Los dolores de cabeza crónicos son mi destino, y frente a ellos adopté una posición de resignación filosófica. Soy consciente de que es una actitud rotundamente no-americana. Nuestra cultura no promueve que aceptemos la adversidad. Al contrario, les declaramos las guerra a las cuestiones que nos afligen, sean drogas, terrorismo o el cáncer. Nuestros medios fetichizan los relatos de aquellos que, contra viento y marea, nunca pierden las esperanzas y se abren camino para vencer la pobreza, una adicción, la enfermedad. La persona que dice «esto es lo que me tocó; que así sea» es un derrotista, un perdedor pesimista, pasivo y abúlico que sólo merece nuestro desprecio. Sin embargo, cuando dejé de pensar en lo que me pasaba como «el enemigo» pegué un vuelco y mejoré. No me curé, mi bienestar no era constante, pero mejoré. Las metáforas importan.

Aunque me dieron el diagnóstico de migraña recién a los veinte años, no recuerdo una época en que no haya sufrido dolores de cabeza. Un neurólogo alemán, Klaus Podoll, que ha estudiado las auras y la producción de los artistas con migraña, me contactó después de leer una entrevista en la que yo que mencionaba una alucinación que había precedido a uno de mis dolores de cabeza. Por mail, me hizo preguntas minuciosas sobre mi historia y llegó a la conclusión de que los retornos anuales de lo que mi madre y yo creíamos que era una «gripe estomacal» probablemente hubieran sido ataques de migraña. Con el tiempo estuve de acuerdo con él.

Mi «gripe» siempre estuvo acompañada de un fuerte dolor de cabeza y vómitos violentos. No ocurría durante la época de las gripes, y el malestar seguía siempre el mismo curso. Dos días de dolor y náuseas, que cedían un poco al tercer día. A lo largo de mi infancia, los ataques ocurrían con regularidad ritual. Durante el secundario no tuve tantas «gripes», pero en el transcurso del tercer año de la universidad, al volver de un apasionante semestre en el extranjero durante el cual estuve mayormente en Tailandia, me enfermé con lo que creí que era otra gripe más, que me tuvo sitiada con un atroz dolor de cabeza y arcadas durante seis días. Al séptimo día, el dolor cedió un poco, pero no desapareció. Pasó un año y no se iba. A veces menos, otras más, pero la cabeza siempre me dolía y siempre sentía náuseas. No quería darme por vencida. Como una autómata sumisa estudié, escribí, obtuve buenas notas y padecí hasta que recurrí al médico de la familia, sollocé en sus brazos y me dieron el diagnóstico.

El comienzo de mi adultez estuvo salpicado con dolores de cabeza con sus auras y síntomas abdominales, tormentas nerviosas que iban y venían. Después de que a los 27 años me casé con el hombre del que estaba profundamente enamorada, me fui a París de luna de miel y me descompuse. Comenzó con convulsiones: mi brazo izquierdo de pronto se izó en el aire y me vi arrojada contra la pared de la galería de arte que estaba recorriendo. Las convulsiones duraron un rato. El dolor de cabeza que les siguió continuó durante meses. Esta vez busqué una cura. Estaba decidida a librar una batalla contra mis síntomas. Fui a un neurólogo tras otro, tomé un sinfín de fármacos. Mi último neurólogo, conocido como el zar del dolor de cabeza de Nueva York, me internó y recetó un poderoso antipsicótico. Después de ocho días de estar atontada, sedada y con un constante dolor de cabeza, me fui de la clínica. Aterrada y desesperada, empecé a pensar que nunca iba a estar bien.

Como último recurso, el zar enviaba a los incurables como yo a un hombre que hacía biofeedback. El Dr. E me conectó a una máquina mediante electrodos y me enseñó a relajarme. La técnica era simple. Cuanto más tensa estaba yo, más fuerte y más rápido chillaba la máquina. A medida que me relajaba los sonidos se espaciaban hasta que finalmente paraban. Durante ocho meses tomé una sesión por semana, y practicaba aflojarme. Todos los días en casa me ejercitaba sin la máquina. Aprendí a calentar mis manos y pies helados, a mejorar mi circulación, a hacer menos patente el dolor. Aprendí a dejar de pelear.

La migraña sigue siendo una enfermedad de la que se sabe poco. Aunque las nuevas técnicas, como las neuroimágenes, han ayudado aislar los circuitos neuronales en juego, las imágenes del cerebro no brindan una solución. El síndrome es diverso, demasiado complejo, está demasiado ligado a estímulos externos y a la personalidad de quien lo padece. Y comprendí que mis dolores de cabeza son cíclicos y mis emociones juegan su papel.

De chica, la vida con mis compañeros en la escuela siempre fue difícil para mí, y mis purificaciones anuales cumplían una función. Dos días al año sufría una desintegración catártica durante la cual me podía quedar en casa y estar cerca de mi madre. Pero momentos de enorme felicidad también pueden trastornarme: la aventura en Tailandia, enamorarme y casarme. En ambos casos, después me vine abajo de dolor, como si la alegría hubiera tensado mi cuerpo hasta su punto límite. La migraña después tendió a autoperpetuarse. Estoy convencida de que la sensación de miedo, la angustia, y el hecho de estar constantemente preparada para entrar en combate con el monstruoso dolor de cabeza colocaron a mi sistema nervioso en un estado de permanente alarma. Sigo teniendo ciclos. Los períodos altamente productivos de escritura obsesiva y lectura, que me dan inmenso placer, a menudo son seguidos por un estallido neurológico. Mis oscilaciones entre lo alto y lo bajo se parecen a los ritmos de la psicosis maníaco-depresiva o el trastorno bipolar, sólo que caigo en un dolor de cabeza, no en una depresión, y mis períodos de manía son menos extremos que los de aquellos que sufren el trastorno psiquiátrico.

Lo cierto es que la separación entre problemas psiquiátricos y neurológicos es a menudo artificial. Todos los estados humanos, incluyendo el enojo, el miedo, la tristeza y la alegría, son del cuerpo. Tienen correlatos neurobiológicos, como dirían los estudiosos del tema. Lo que a menudo pensamos como algo puramente psicológico, qué visión tenemos de una enfermedad, por ejemplo, es importante. Nuestros pensamientos, actitudes, hasta nuestras metáforas, crean cambios fisiológicos en nosotros, que en el caso de los dolores de cabeza pueden significar la diferencia entre sufrir y poder con la situación. Las investigaciones han demostrado que la psicoterapia puede generar cambios terapéuticos en el cerebro, un aumento en la actividad de la corteza prefrontal, la parte «ejecutiva» de nuestro órgano de la mente. Sí, simplemente hablar y escuchar puede hacer que te sientas mejor.

Nadie nunca murió por causa de una migraña. No es cáncer, una enfermedad cardíaca o un accidente cerebrovascular. Con una enfermedad que presenta una amenaza para la vida, la actitud –sea belicosa o budista– no nos mantiene vivos. Puede simplemente cambiar nuestra forma de morir. Pero con las migrañas he descubierto que es preferible la capitulación a la batalla. Cuando siento que estoy por tener una, me voy a la cama, y ahora, ya sin la máquina, hago mis ejercicios de relajación. Mis meditaciones no son mágicas, pero mantienen lo peor del dolor y las náuseas a raya. No les doy la bienvenida a mis dolores de cabeza, pero tampoco los considero como algo extraño a mí. Pueden estar cumpliendo una función necesaria de regulación al forzarme a buscar refugio en el nido, una suerte de penitencia si quieren, por esos otros días en que vuelo alto.

[La Nación, marzo 2008]

Visiones

Allá por el siglo XII Hildegarda de Bingen no perdía el tiempo: escribía, componía música, dibujaba, estudiaba botánica y lingüística, además de fundar un convento, ser consejera espiritual hasta del Papa, profetizar  y, cosa importante, tener visiones. “Las visiones que vi me llegaron no mientras dormía, ni en sueños, ni en la locura, ni con mis ojos carnales, ni con los oídos de la carne, ni en lugares ocultos; sino despierta, alerta, y con los ojos del espíritu y los oídos interiores, las percibí con los ojos abiertos”. Hildegarda confesó vivir esos episodios desde bien chica en sus cartas a Bernardo de Claraval, quien le respondió que lo aceptara y lo viviera como un don divino. A partir de entonces empezó a escribir y dibujar sobre ello.

Para el neurólogo David Ezpeleta esas luces y colores de los que habla en sus escritos y que aparecen reflejados en sus dibujos, junto con los trastornos físicos que acompañaban a sus viviones, son claras referencias a los síntomas del aura migrañosa.

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Hildegarda en plena acción.

La figura de Hildegarda de Bingen ha sido reivindicada como una de las más importantes en la cultura de la Alta Edad Media, como recoge Pedro Laín Entralgo en su Historia de la Medicina, o como describe la escritora Ángeles Caso: “si seguimos de cerca su vida y su obra, se nos muestra […] como una persona culta, fuerte y rebelde, capaz de sobreponerse a todos los prejuicios de su tiempo y de llegar a convertirse, con la única energía de su voluntad y su talento, en consejera de papas y emperadores, fundadora de monasterios, autora de libros visionarios y tratados científicos, médica y compositora de espléndidas piezas musicales. Una mujer sin duda alguna extraordinaria, cuya sabiduría, valor y talento sobrepasan de lejos los límites impuestos por la costumbre a su condición femenina”.


Las cosas de Hildegarda.

“Nadie podría soportar este atroz dolor si afectase a los dos lados de la cabeza”, escribió Hildegarda. Más razón que un santo. Literalmente, además.

Rematemos con el tema que Devendra Banhart le dedica en su nuevo disco (gracias a Paco por la aportación). Por algo será.

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